Cuando vamos a visitar a alguien tenemos que realizar una acción imprescindible antes de acceder al interior, llamar. Con esta maniobra tenemos que manejar un artilugio al que no prestamos mayor atención. Y no le prestamos atención porque es un aparato funcional y prácticamente igual en todos los edificios de todas las ciudades. La fabricación en serie y el abaratamiento de costes nos condena a ello.
Pero como realizaban esta maniobra no hace demasiados años. Antes de la aparición del timbre se utilizaban los llamadores o aldabas. La forma básica constaba de una barra metálica suspendida de la puerta por una especie de bisagra y que golpeaba, por su otro extremo, en otro trozo metálico incrustado en la madera.
Su clasificación se puede reducir a dos tipos, uno el que se ha descrito anteriormente y el otro formado por el mismo número de elementos pero que sustituye la barra por una argolla, también metálica. A partir de aquí las transformaciones y variaciones son múltiples, siendo imposible en algún caso determinar a que tipo corresponde el llamador. Tanto la barra como la argolla se transforman en figuras geométricas, elementos vegetales, animales, caras, manos… Los soportes que los unen a las puertas se convierten en escudos protectores que acogen todo tipo de decoraciones. Escultores como Venancio Blanco han realizado algún modelo de gran belleza.
Estos elementos si que nos llaman la atención ya que de alguna forma personalizan los edificios en los que están colocados y tienen una función decorativa, además de la funcional. Quedan en pocos lugares y algunos son victimas de los coleccionistas de antigüedades. Imaginémonos nuestros porteros automáticos sustituidos por un grupo de llamadores, con formas y sonidos diferentes según el gusto de cada vecino.
Muy interesante entrada. si yo tuviese una puerta, como la que tenía en mi pueblo, seguro que tendria una aldaba como esta.
ResponderEliminarSaludos.
Fplaza
que buena y bonita explicación.
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